Había una vez un joven llamado Miguel que, después de una larga noche de fiesta en su comunidad, se encontró perdido en la densa selva amazónica. Tras caminar sin rumbo durante horas, exhausto y con hambre, se topó con una enorme lupuna. La lupuna parecía un refugio seguro, así que decidió descansar un rato allí.
Sin embargo, Miguel estaba tan cansado que se quedó profundamente dormido. Mientras dormía a causa de su embriagues fue despertado por un fuerte sonido de flautas y manguaré que provenía de algún lugar cercano. Curioso, se aventuró hacia el ruido y descubrió una aldea llena de feroces chullachaquis que estaban celebrando su ritual de cosecha.
Miguel se escondió entre los arbustos y observó fascinado cómo los chullachaquis danzaban al ritmo de la música, bebiendo chicha y comiendo frutas y verduras de sus huertas. Pero, pronto se dio cuenta de que estaba hambriento y no podía resistirse a la tentación de robar algo de comida.
Así que, espero sigilosamente la oportunidad para robar de la huerta de los chullachaquis algunas frutas y verduras. Como había descubierto la aldea y recordaba el camino Miguel iba cada noche a robar las ricas frutas y verduras de los chullachaquis. Pero, un día, mientras se deslizaba entre los arbustos, uno de los chullachaquis lo descubrió.
Miguel trató de huir, pero los chullachaquis lo persiguieron por toda la selva. Finalmente, lo atraparon y lo llevaron de vuelta a la aldea. Allí, los chullachaquis comenzaron a tocar sus flautas y a bailar alrededor de Miguel, realizando un ritual para convertirlo en un gordo y tierno majas.
Aterrorizado, Miguel intentó escapar, pero era demasiado tarde. Los chullachaquis lo cocinaron y se dieron un banquete con su carne. Y así, nunca más se supo de Miguel Pacaya.
Dicen que si te aventuras en la selva amazónica y te pierdes, los chullachaquis te encontrarán y te convertirán en su cena. Por eso, es mejor siempre estar preparado y respetar la naturaleza y las leyendas que la habitan.
Autor: Kevin Suarez.
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